Regresa por fin el lunes. Para mí han sido noventa y siete horas de un aburrimiento intenso. O treinta y nueve. No sé. Todavía me confunde el sistema horario humano. Pero el caso es que el fin de semana, a excepción de mi investigación del sábado me ha resultado pesado, aburrido, molesto, hastiado, tedioso…el domingo seguí con lectura del diccionario de sinónimos.
Tras las conversaciones mantenidas con la población me quedé muy preocupado por la problemática social existente. Ocupación ilegal, tipos de interés altos, precios que no paran de subir, alquileres insostenibles, leyes contra las viviendas turísticas… todo con un nexo común: escasez de viviendas a disposición del ciudadano de a pie. La labor de un agente inmobiliario me resulta ahora mucho más necesaria de lo que había pensado. Y la invasión… mucho más aún.
Después de volver a ponerme mi ya acostumbrado traje vuelvo a las instalaciones de ERA: me espera un día intenso. Hoy debo contactar con la señora que se había mostrado interesada en vender su piso en el reparto de flyers. Mi profesor permite que sea yo el que haga la llamada, aunque con el manos libres puesto para poder echarme una mano en caso necesario. La transparencia, me indica, es uno de los valores que más defiende la marca y debo decirle a la mujer que estoy en prácticas y que él está conmigo. No tengo inconveniente. De hecho, creo recordar que se lo dije cuando la conocí. La mujer se muestra encantada con la llamada, me dice que en alguna ocasión ya lo había intentado, pero luego, quizás porque no la tomaban en serio (palabras textuales), nadie contactaba con ella. Supongo que ese punto también debo estudiarlo, ver si es falta de interés o quizás de profesionalidad. Debe de ser una de las dos porque no se me ocurre ninguna otra explicación para que una persona que trabaja con el teléfono como una de sus principales herramientas no haga o devuelva llamadas. Y bueno, el resumen es que la señora dice que no tiene nada mejor que hacer y quedamos en dos horas.
Nosotros, en cambio, a pesar de que está a menos de cuarenta minutos de distancia, nos ponemos en marcha enseguida. Mi profesor me pregunta si conozco el lugar en el que está la vivienda. Yo le digo que sí para no quedar mal y le pido a Madre un plano detallado de la zona. Es un error. Mi maestro no sabe llegar y me pide indicaciones. Intento memorizar el plano al mismo tiempo que le doy instrucciones. Le guio hasta dos calles sin salida, un parking subterráneo, unos grandes almacenes y un barranco antes de llegar al área que buscamos. Su mirada dice en silencio una mezcla de: eres «mu» tonto y me estoy acordando de la madre que te expulsó en medio de un estornudo onírico… cosas de la biología extraterrestre.
Lo primero que hacemos una vez localizado el lugar es dar vueltas por la zona. Mi profesor me pide que tome notas de los servicios disponibles en las cercanías. Colegios, farmacias, supermercados, parques, facilidad de aparcamiento y esas cosas. También buscamos, sin resultados, carteles de se vende. Sólo tras haber recorrido el lugar a conciencia y esperar unos minutos nos dirigimos a la vivienda. La primera impresión, aunque quizás influenciada por la única vivienda que he visitado, aquella que me llevó a ver Juanito con mis amigos chinos (a lo cuales sigo echando de menos), es que es un lugar precioso. Amplio, con techos altos, limpio y luminoso.
Esta vez, es normal es mi primera experiencia, me dedicaré a escuchar y será mi maestro quien lleve la conversación. Tras lo que deben ser formalidades de rigor, (la señora nos ofrece agua, café e incluso un refrigerio que rechazamos), nos hace pasar a un salón. Intento adivinar cuál será el primer paso. A mi cabeza vienen las preguntas más típicas que entiendo necesitamos saber. Cosas como el precio que ella quiere, si la construcción es antigua, felpudo si o felpudo no, problemas con los vecinos…. pero como ya es costumbre me equivoco. Es un negocio de personas y predicamos con el ejemplo.
— ¿Por qué quiere vender la casa? —pregunta mi profesor.
Entonces la señora nos resume su historia. Típica, según dice ella. Compró la casa con su esposo cuando nació su tercer descendiente porque la anterior vivienda se les quedaba pequeña para tanta familia. Pasaron unos años estupendos. Los hijos se hicieron mayores, abandonaron el nido, se
casaron y compraron sus propias casas. De hecho, los tres estaban fuera de la isla, aunque la visitaban a menudo. Años más tarde falleció su marido y ahora encontraba que la propiedad era demasiado grande para ella. Mucho espacio vacío y demasiado que limpiar.
Siendo evidente que la mujer necesitaría un lugar para vivir, hasta yo me doy cuenta de eso, le pregunta si piensa comprar y la señora asiente. La siguiente es pura lógica, consulta si necesita vender esa casa para comprar la otra. Pero no es así. Ella cuenta que era funcionaria (sea lo que sea) y su marido neurocirujano (sea lo que sea) … qué cantidad de cosas me quedan por aprender. El caso es que tiene ahorros más que suficientes, según dice, para comprar si necesidad de vender primero, simplemente no se había decidido porque, aunque sabe que es lo más correcto, le cuesta desprenderse de la propiedad por su valor sentimental.
Para mi sorpresa la siguiente media hora transcurre en una conversación que nada tiene que ver ni con la casa que quiere vender ni con la que quiere comprar. Mi maestro se muestra curioso por dicho valor sentimental y la señora, que parece encantada de que alguien la escuche, nos cuenta su vida. Sólo tras ese lapso es ella la que pregunta cuál creemos que es el precio adecuado para venderla. Yo me conecto automáticamente a Madre y busco los precios de la zona, pero antes siquiera de esa conexión mi profesor le pregunta si podemos ver la casa completa y la mujer accede. Recorremos entonces la propiedad mientras él toma notas. Veo que apunta la distribución de las habitaciones: cuatro dormitorios, dos baños, cocina, salón, comedor, balcón, terraza, jardín trasero, garaje, trastero; luego les da un valor numérico a ciertos aspectos: estado de conservación, calidad de los materiales, acristalamiento…
Cuando termina, sigue sin dar un precio y me insta a mí para que le cuento cómo trabajamos y qué podemos hacer por ella. Es mi momento. Le explico despacio a la señora las cosas que he aprendido. Un poco de la marca ERA, los portales en los que publicamos la propiedad, las fotografías, visitas, etc.… Está feo decirlo, pero estoy sublime. Por una vez noto una mirada orgullosa en mi profesor y eso me hace sentir a mí de un modo indescriptible. La mujer se muestra de acuerdo con nuestros términos y forma de hacer las cosas. Tanto, que dice que está dispuesta a firmar el contrato, pero el maestro dice que primero debemos llegar a un acuerdo en el importe de venta. Le pide un día para hacer una correcta valoración y presentársela y, si entonces está conforme, firmaremos. A ella le parece lo más adecuado también e incluso agradece la deferencia y la profesionalidad que implica no coger la vivienda a cualquier precio.
Mi profesor le pregunta entonces si podría entregarle documentación de la vivienda, que le devolveremos al día siguiente y la mujer, que parece ser la clase de persona que guarda todo, se ausenta y regresa con una carpeta que nos entrega. Ahí termina el encuentro. Considero que para ser mi primera visita no ha estado nada mal. Mi profesor lo corrobora, dice que ha sido perfecto. Tanto, que no parece real y me advierte que no espere que sean todas igual que esa. La señora parece la cliente ideal, aunque eso, según dice, es algo que comprobaremos de verdad cuando hablemos del precio. El previsible problema, tras escuchar la vida de aquella mujer, era uno del que me habían avisado en las primeras lecciones: el valor de mercado de una propiedad jamás va a acercarse siquiera al valor sentimental que pueda tener para sus propietarios.
Tengo muchas ganas de seguir aprendiendo y resolver esta ecuación. Nos hemos comprometido a presentar la valoración al día siguiente, así que quedamos esa misma tarde para trabajar en ello. Bueno, trabajar… él. Yo observo y tomo notas. El proceso es tan exhaustivo cómo me habían contado. Busca las propiedades en venta en la zona, asegurándose de apuntar las que tengan similares características. Principalmente, los metros de la vivienda, los cuales, según me explica, los encuentra en las escrituras que había en la carpeta. Sólo hay dos que cumplan con esas condiciones.
Después usa aquel programa que me enseñaron que buscaba en el Registro de la Propiedad las viviendas que se han vendido recientemente en el lugar con la misma tipología. Entonces entra en juego la profesionalidad, los conocimientos y, como el mismo profesor dice, el sentido común. Esas aplicaciones ayudan y mucho, pero son datos mecánicos. Hay que implicarse y tener en cuenta hasta el mínimo detalle. La explicación que me da es muy simple. Dos viviendas en calles adyacentes con los mismos metros cuadrados y distribución, aún siendo exactamente iguales, no pueden valer lo mismo si una tiene al lado una discoteca y la otra un parque público. Quizás un ejemplo algo exagerado, pero valioso para evidenciar que influyen muchos factores. Usarlos apropiadamente para modificar un valor
se aprender con el tiempo. Tardamos más una hora en tener lo que él considera una valoración adecuada y preparar su presentación. No se trata sólo de dar un importe, hay que explicar también el por qué.
El tiempo dedicado me ha servido para comprender mucho mejor que esto no es un simple uso de programas informáticos. Eso, puede hacerlo cualquier persona. La labor del agente inmobiliario es crucial para vender una propiedad con la mayor garantía.